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¡Que barbaridad!

¡Qué lástima! ¡No lo puedo creer! ¡Parece mentira!.. oímos decir una y otra vez durante el día. Y es verdad, vivimos en una ciudad que se ha vuelto más y más difícil, donde todos, casi siempre, tenemos prisa, preocupaciones, mucho trabajo y cansancio. Todas las semanas conocemos una historia de violencia que a veces nos llena de indignación y, también, de rabia e impotencia.

Nos sentimos incapaces de resolver esa situación. Sabemos que solos no podemos remediarla… y, sin embargo, tenemos la seguridad de que tampoco podemos dejarnos caer en esa especie de letargo donde ya se acepta lo que sea, porque es algo muy común. Precisamente ahí es donde podemos empezar a trabajar, con muchas ganas por cierto, para que la violencia no se arraigue.

Como padres de familia, como maestros, ¿qué podemos hacer por nuestros hijos y por nuestros alumnos? Quizá lo primero sea estar convencidos de que podemos vivir en otra forma. Aceptar que la violencia existe, que nos rodea y nos presiona, pero que no es la última palabra ni la única realidad. Nosotros podemos desarrollar otra forma de relación porque finalmente somos nosotros quienes engendramos la violencia.

Podríamos comenzar por proteger la sensibilidad de los niños y permitir que desarrolle ese sentido espontáneo que todos tenemos para identificar la crueldad como algo repugnante y la cooperación como algo enriquecedor y agradable.

Esto parece muy evidente, pero a veces nosotros, los adultos, somos los primeros que atrofiamos a los niños cuando no los dejamos disfrutar sus etapas de desarrollo. Podemos burlarnos del niño de 5 años cuando se asusta por la bruja que sale en la película; del de 8 que no quiere ver un atropellado en el programa; del de 14 que cierra los ojos en el cine para no ver cómo disparan contra una persona… situaciones que son violentas. Que no se sienta afectado por o agresivo, porque “es de mentiras” y lo vamos acostumbrado poco a poco a no sentir el cambio que hay entre lo violento y lo pacífico.

Desarrollar la capacidad de “empatía”, que todos tenemos; es una my buena forma de detener la violencia. Esta empatía es sentir-con-el-otro. Es dejarme afectar por lo que le pasa al otro; por lo que sufre o goza. Establecer relaciones significativas con los demás. Desde niños podemos fomentarlo. Una manera de hacerlo es invitar al niño a que se ponga en el lugar del otro. Cuando Marta le acaba de romper a Luis un dibujo, hay que preguntarle si a ella le hubiera gustado que Luis le hiciera lo mismo. ¿Qué hubieras sentido tú si Luis te rompe tu dibujo? ¿De qué otra forma podrías haber resuelto el problema?… El secreto es invitar a la reflexión. No aceptar como solución a los problemas la respuesta irreflexiva, arrebatada, que casi siempre es violenta. Que le quede claro al niño que se “explica” su reacción pero que no se puede “justificar”, porque nunca es válida la violencia.

A los adultos nos corresponde definir límites claros a las conductas; y señalar lo que está correcto y lo que no está, A veces, sin embargo, dejamos que tomen como algo “normal” que contesten de mal modo, pues sólo tienen 3 años; y a los 13, pues ¡ni hablar!, ¡ya no queda  nada que decir! y lo aceptamos como algo “propio de la edad”. Pero esos adolescentes y niños de todas formas necesitan orientación y no sabemos cómo dárselas. Entonces, comúnmente caemos en el autoritarismo: echamos mano a las amenazas y los castigos, que, finalmente, son también una forma de violencia; y así engañamos a nuestros hijos y alumnos que no pueden aprender a respetar los derechos de las otras personas. No tiene un criterio para distinguir que lo bueno es todo lo que construye a la persona y a lo que le rodea.

Por otra parte nosotros mismos tenemos miedo y les enseñamos que nos tocó una época muy difícil donde cada quien busca sacar provecho y, pues, ni modo, tienes que aprender a defenderte pues “al son que me tocan, bailo”. O pegas o te pagan. Si tú no sacas ventaja, eres tonto… Les hacemos creer que el mundo es un lugar de competencia desleal, de trampa, donde sólo puedes ganar si el otro pierde. Y esto pasa, es verdad. Pero no todo es así. Y limitarlos a este tipo de relaciones es engañarlos y quitarles la oportunidad de conocer que ser decente, buscar lo justo, hacer las cosas lo mejor que podemos y con cariño, se calificará como tontería por algunas personas, pero es la única forma en que logramos lo que realmente buscamos y queremos las personas: ser felices, vivir bien.

Vivir a la defensiva, no es vivir. El estar esperando un ataque de los demás, limita nuestras fuerzas, nos hace pasivos, dependientes. Y todos estamos llamados a crear, a aportar, a desarrollar nuestras capacidades. Tenemos que tomar la iniciativa y generar el tipo de vida que queremos tener, Nosotros escogemos.

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