Como padres y maestros, tenemos un gran desafío: enseñar a los hijos, hijas y estudiantes, a quererse tal y como son. A aceptarse con cualidades y limitaciones.
Algo fundamental para poder apreciarse y reconocerse como personas valiosas.
Quien se acepta, puede tomar mejores decisiones en la dirección que desea y no en la que los demás le impongan.
Cuanto más se quiera una persona, mejor autoestima tendrá. Y eso, lleva a tener mejores relaciones con los demás.
Muchas veces, con la mejor intención ¡sin duda! hacemos elogios que no corresponden a la realidad y entonces, corremos el riesgo de producir lo opuesto de lo que buscamos.
Conviene buscar que la base de nuestros comentarios sea la verdad. De lo contrario, es complicado que se acepte y aprecie la propia realidad.
¿Cómo hacer? De preferencia, buscar describir lo que vemos: el trazo de este dibujo es claro… Evitar usar una expresión exagerada: ¡el mejor dibujo que he visto! o las generalizaciones: ¡como un artista!
Dar nuestra opinión mirando a los ojos y, si corresponde, también dar un abrazo, una caricia o un beso. Esto ayuda al niño a sentirse digno de aprecio.
Es más eficaz hablar “sin adjetivos” y cercanamente. Con mucho cariño pero con toda verdad. Esto facilita vivir el respeto: a sí mismo, al resto de personas y a lo que se considera.
Es común que con la intención de fortalecer la autoestima se repita a los hijos “campeón” aunque no hayan hecho nada extraordinario… y entonces ¿qué pasa? Que nuestro comentario ya no tiene efecto. Se vuelve rutinario y, como papá, mamá o maestro, perdemos credibilidad.
Si se reserva la alabanza para momentos que salen de lo habitual; cuando hay un auténtico mérito que reconocer; entonces, el impacto es mucho mayor.
En una escala del 1 al 10, ¿estás satisfecho contigo? ¿Te gusta ser como eres?
Cuéntanos.
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